Alberto Chessa |
«Lo más profundo es la piel», escribía Paul Valéry en L'Idée fixe. En
este libro de Alberto Chessa también hay una “idea fija”, tal y como el
lenguaje musical viene empleando la expresión. Dos largos poemas, escoltados
por un «Preludio» y una «Coda», componen esta radiografía
que revela LA PIEL en toda su
tesitura. Las notas de la Danza del Diablo Verde, de Gaspar Cassadó,
enhebran el primero de ellos, «Manuscrito
del Mar Menor», a caballo entre el autorretrato, el diario y la autobiografía,
propiciados por el reencuentro con un lugar que ya no existe. El tono salmódico
del segundo poema, «El pescador», queda apuntalado por un bajo continuo
compuesto por una insaciable sucesión de alejandrinos; aquí los versos tienen
que hacerse sitio unos a otros para facilitar la convivencia desapacible de la
confesión con la protesta, la razón con el grito, el olvido con la evocación.
La inesperada aparición de la piel en una radiografía:
aquello que perturba por lo familiar que resulta (eso que Freud definió como Umheimlich).
Respuesta a esa mirada perpleja al mayor y más visible órgano del cuerpo
humano, en la radiografía apareció LA PIEL, título que es en sí
una suerte de aforismo en verso, es el intento de su autor por alumbrar esas
cavernas que emergen “a flor de piel”.
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