sábado, 22 de junio de 2013

LA POESÍA COMO AUTOBIOGRAFÍA DEL SER

Alberto Chessa
En la radiografía apareció LA PIEL, segundo libro de Alberto Chessa, es una prolongación y al mismo tiempo una superación del primero, La osamenta, que obtuvo un accésit del Premio Adonais 2010. La ópera prima de Chessa es un conjunto coherente de 70 poemas breves escritos entre 1999 y 2010. En este volumen se impone la animalidad (la osamenta) a lo humano (la piel), con un claro predominio de lo irracional, lo instintivo y primario, mientras que en el libro que hoy presentamos se revela la piel en el poema sin renunciar al irracionalismo, pero con una clara intención de conciliar el instinto y la razón. Si bien las estructuras son muy diferentes, en ambos libros escuchamos una voz personal, autobiográfica, que cuestiona la propia identidad y se desdobla en múltiples voces. Dice Jordi Doce en el prólogo de La osamenta, que este libro “es una autobiografía con muchos espejos”, y lo mismo podríamos decir de en la radiografía apareció LA PIEL. También hay en ambos libros un gusto por la acumulación verbal expresiva en un aire barroco, una tendencia al distanciamiento irónico, a la parodia humorística y a la paradoja, y un método culto por el cual la poesía surge a través de otros textos o yuxtaponiendo lenguajes y estructuras entretejidas con los antiguos y nuevos esplendores del verbo, en suma, una simbiosis entre la tradición y  el talento imaginativo del poeta.



Con  en la radiografía apareció LA PIEL la poética de Alberto Chessa gana en madurez y cohesión. No se trata de un conjunto de poemas, sino de dos poemas largos escoltados por dos breves -un preludio y una coda-, o debería decir un extenso poema de gran intensidad emocional y fuerza expresiva dividido en dos partes.

No es frecuente entre los poetas españoles la composición de poemas largos –fragmentados o de una pieza-, de poemas-libro, llamémosle caudalosos, río, conversación, o paseo. Esta práctica es más frecuente entre los poetas anglosajones, alemanes, franceses o latinoamericanos. Hay en España, sin embargo, magníficos precedentes como La casa encendida de Rosales, Sepulcro en Tarquinia de Antonio Colinas, El libro tras la duna de Andrés Sánchez Robayna, o recientemente Entreguerras de José Caballero Bonal, si bien hay dos poemas extensos que por su lenguaje, estructura y musicalidad, tienen ciertas vinculación con el libro que presentamos (el autor podrá corroborar o rebatir mi opinión): me refiero a Piedra de sol de Octavio Paz y Zone de Apollinaire. Es habitual que este tipo de propuestas líricas naufraguen por agotamiento. No es el caso del poema que nos ocupa. Desde el primer verso hasta el último, Alberto Chessa administra con inteligencia el origen emocional e instrumental de la palabra e imagen sin revelarlo en exceso al posible lector. Por otra parte, el lenguaje fluye intenso, afiebrado, hecho ritmo, música, respiración, sin excesos, con perseverancia, honestidad y frescura.
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Presentación Libro. Foto: Roberto Almansa
El libro comienza con un soneto que aborda el conflicto de identidad que afecta a todo poeta que accede a lo universal a través de lo concreto, que vislumbra la unidad en lo plural y fragmentado, y que solo tiene preguntas sin respuestas en el aparente desorden de un mundo en crisis sometido a la apariencia. De ahí que el autor habite en la inconsistencia de una continua paradoja, como única declaración de intenciones:





Todo lo he conocido y, sin embargo,
Desde que no he llegado es poco o nada
Lo que de veras sé, todo inseguro.
Sé nada o poco, es cierto, y ese es mi cargo
De lesa humanidad, mi fiel callada
Por respuesta (¿Sí?, ¿no?), silencio impuro.

Le sigue el primer poema largo del libro titulado “Manuscrito del Mar Menor”. Yo os recomiendo que antes de leerlo escuchéis La danza del Diablo Verde, una pieza breve para violonchelo y piano del compositor catalán Gaspar Cassadó, cuyas notas enigmáticas, tragicómicas y obstinadas, resuenan en los versos este poema, que es al mismo tiempo un autorretrato, una autobiografía y el reencuentro, en el “menor de los mares”, de un lugar que ya no existe, vinculado a la infancia del poeta.  El autor, como un antihéroe curtido por la vida, viaja a los albores de su existencia, cautivado por la música de Cassadó, pero ni su perro lo reconoce, como leemos en los primeros versos, clara parodia del hermoso episodio de La Odisea, en el cual el can Argos es el único que identifica a Ulises al regresar a Ítaca viejo y con ropas de mendigo:

Vino mi perro a olisquearme.
No me reconoció. Cerró los ojos.
Vi mis ojos flotando entre las aguas.
Tampoco yo reconocí esa estela.
La luz del Mar Menor se me pegó a los labios
Y me dejó un rasguño.

No es posible el regreso al lugar verdadero porque todo lo que contempla el poeta es una ilusión de la memoria. Un encadenamiento de versos libres y regulares y el eco imperativo de la pieza de Cassadó –en forma de estribillo completo o fragmentado-  conforman el poema:

Baila la danza del Diablo verde.
Nadie gana, el Diablo nunca pierde.
Baila la Danza del Diablo Verde.

El autor se busca, se encuentra y se extravía; le resulta extraña su propia identidad, inmerso en una lucha imposible por hallarse, por autoafirmarse en la contundencia de una ilusión sobre un fondo de finitud:

¿A quién llamamos cuado decimos nuestros nombres? Nunca seré
Alberto Chessa, eso está claro.

(…)

Con treintaycinco años, después de cada lance,
Levanto a los caídos admirado
De encontrar tras los brazos unas manos pequeñas.
Lucha, no disimules, sé quién eres.
Blandimos las espadas otra vez
Para sellar aquello que nos une.
Lucha, no disimules, no te escondas.
Elí ,Elí, lemá sabaktaní.


Directa o indirectamente, El Diablo, con su compleja y ambigua simbología, tiene un marcado protagonismo en este libro. Por ejemplo: en “Preludio” se le llama “Dios nuestro Luzbel”, y En el “Manuscrito del Mar Menor” es citado Robert Johnson, cantante, compositor y guitarrista estadounidense de blues, quien, según cuenta una leyenda, vendió su alma al Diablo en un cruce de autopistas a cambio de tocar el blues mejor que nadie:

He conocido a un hombre que se convirtió en una escalera.
Conocí a otro que, jugando a la Ouija, vendió su alma al Diablo
Pero no consiguió tocar la mitad de bien que Robert Johnson.
Yo mismo abrí un hotel tan solo para ángeles
Y lo cerré cansado de barrer tanta pluma.

El poeta se debate entre el presente –o la inmediatez que hay que conquistar contra las trampas de la memoria- y la certidumbre de la temporalidad; entre la inanidad de todo lo existente y la consistencia de la vida; entre el esplendor de la ausencia y la ambigua cercanía de la presencia. Porque todo es presencia y, a la vez, ausencia. Las cosas del mundo: la familia, el amor, la casa, los libros, los amigos…, como realidad significante se revelan de manera inestable y huidiza. La memoria trata de imponer su reino de símbolos en lo más íntimo de quien escribe para que las cosas corrientes se carguen de un sentido nuevo. Y cuando esto ocurre el autor se reconoce a sí mismo en su plenitud y alcanza lo más cercano a la unidad:

De golpe has convocado a todos los que fui y entre ellos rivalizan para
Estar a tu lado.

(…)

El momento que da sentido a todos los desvelos, que justifica las noches,
Que fundamenta que uno se llame como se llame como le ha dado la gana

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en la radiografía apareció LA PIEL. Foto: Roberto Almansa
El primer poema se encadena al segundo, titulado “El pescador”, a través de una extensa y acertadísima cita de La montaña mágica de Thomas Mann, que es en sí un breve e inquietante tratado sobre la piel.
Si el primer poema destaca por su brillantez rítmica, el segundo adopta un tono salmodial. Una sucesión de versos alejandrinos nos muestran la esencia contradictoria de la vida y fusionan el universo afectivo del poeta con el poderío de una época hostil a la afectividad. De esta manera, se entretejen la confesión y la protesta, el olvido y la evocación, el lenguaje refinado y el habla coloquial, la sexualidad y la muerte; numerosos referentes literarios, artísticos y mitológicos conviven con la realidad más inmediata, y versos hermosos, de una hondura gnómica, casi aforismos, se mezclan con frases populares y prosaicas. Para lograr esta fusión de contrarios sin que chirríe el discurso hace falta, además de intuición y talento, inteligencia creativa.
“El pescador” es un poema autónomo pero no independiente: en este hay imágenes, frases obsesivas, palabras que se repiten derivadas de “Manuscrito del Mar Menor”, como un eco que empieza a debilitarse pero no llega a extinguirse. En ambos poemas hay un discurso interior elaborado mediante una serie de correlatos y repeticiones; pero en “El pescador”, la escritura es más caleidoscópica y fragmentada, y el flujo de la conciencia se derrama y se esparce creando un efecto simultáneo.
Podemos ver al pescador como una metáfora del poeta, quien al mismo tiempo que lanza anzuelos al fondo de la propia interioridad – “el río con cuerpo de poema”-, también los introduce en todos los rincones de la realidad. El pescador, como el poeta, es el que busca, acecha y espera, con una paciencia instintiva, primaria.
Con un montón de fragmentos vivenciales y culturales y una fe sin énfasis en la poesía, el autor concluye el segundo poema inmerso en el viejo conflicto entre experiencia e imaginación, que afecta, con toda su carga paradójica, a los poetas, y que tan bien supo expresar Pessoa en su célebre poema “El poeta es un fingidor”: “El poeta es un fingidor,/ finge tan completamente/ que hasta finge que es dolor/el dolor que de verdad siente”.
Y dice el poeta Alberto Chessa:

…Todo lo que he vivido
Es también todo, todo lo que hube imaginado.

(…)

…Cada vez me parezco menos
Al personaje que recreo en el verso.
Cada vez cuesta más pescar ideas nuevas
O viejas e el aire. Naturaleza muerta
Lo llamamos, no porque luzca muerto lo orgánico
Sino porque está muerta el alma. El simulacro
De todas mis verdades. La realidad de todos
Mis inventos y sueños. ¡Oh vida sin herrumbre!
¡Oh lodazal sin muerte’ Y así y por todo eso.

El libro se cierra con otro soneto: una coda mediante la cual el autor confirma su fe en el lenguaje creativo frente a la contingencia del mundo y de su propia existencia:

Ser palabra es tu reto, el vivo baluarte
Frente a las embestidas de la carcoma yerta.

La escritura de En la Radiografía apareció la piel prolonga la tradición poética moderna en la desquiciada sociedad occidental del siglo XXI. Actualmente se prestigia en poesía el sentido común de ideas miopes sobre el rigor y el orden, o por el contrario se magnifica un vanguardismo perezoso y esclerotizado, frente a las poéticas genuinas del riesgo y la experimentación. Alberto Chessa ha concebido con lucidez, originalidad e imaginación una escritura que es morada e intemperie del ser y no mero consumo de lenguaje.

José Luis Zerón Huguet
Nota: texto leído por el autor en la presentación del libro en la radiografía apareció LA PIEL (Huerga y Fierro, Madrid,2013) el pasado 20 de junio, en la librería Códex de Orihuela.


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