Creo -y estoy segura de no estar sola en esta creencia- que en Orihuela no se ha calibrado todavía el valor excepcional para la ciudad de poder decir que un poeta, de la talla universal de Miguel Hernández, nació aquí.
No hablo del valor de su obra, indiscutido e indiscutible. No hablo del atractivo de su biografía, ni del carisma de su personalidad, que arrastraba a tantos que lo conocieron en su tiempo o, luego, a través de sus poemas. No hablo de la Senda que todos los años recorren cientos de incondicionales hernandianos. Quiero ir un poco más allá. Permítanme ser un tanto "prágmática" en esta cuestión y dejen que piense en el aprovechamiento económico y turístico que una baza así puede representar para esta localidad.
Otras ciudades (Villanueva de los Infantes, en Ciudad Real, por ejemplo) han fortalecido su prestigio haciendo uso de activos históricos y artísticos como ese. Esta localidad manchega ha visto acrecentado su desarrollo demostrando que seguramente es "el lugar de La Mancha" en que Cervantes se refirió en su "Quijote", además, nos recuerda que allí murió y está enterrado Francisco de Quevedo. Alrededor de estos datos, y de otros relacionados con ellos, hay interés turístico por la villa y florecen establecimientos relacionados con el sector.
No acontece lo mismo en Orihuela. Definitivamente, no se ha advertido el valor de lo que sí lo tiene, y mucho, como polo de atracción permanete, y no sólo circunstancial y limitado a fechas concretas.
¿Hemos asimilado la lección de amor a la tierra que el propio Miguel Hernández nos da? Creo que no. La lección, inconmesurablemente valiosa, está contenida en la frase que da entrada a la famosa "Elegía" a Sijé, probablemente la más sentida de nuestra Literatura, junto con la de Jorge Manrique: "En Orihuela, su pueblo y el mío..." Esas palabras, simplemente esas, son un emblema que lleva el nombre de la ciudad a todas las Antologías Literarias del mundo, a todos los ámbitos de la vida cultural y universitaria de todo el planeta. Y no lo aprovechamos. No nos enorgullecemos. No lo llevamos en una pancarta. Sinceramente, no me lo explico.
Vamos a proponernos una cosa: ser eco amplificador de esa sentida voz de la poesía, que ha trascendido el ámbito local, el regional y el nacional y que habita ya en el Parnaso de los Genios de todos los tiempos. Gigante de la Sensibilidad, Miguel Hernández es oriolano.
Repitamos sin reticencia el nombre de Orihuela, aunque creamos que sirve de poco. Quizás, si vamos sumando voces, se produzca el milagro trasformador que todos deseamos en Orihuela, nuestro pueblo y el de Miguel.
No hablo del valor de su obra, indiscutido e indiscutible. No hablo del atractivo de su biografía, ni del carisma de su personalidad, que arrastraba a tantos que lo conocieron en su tiempo o, luego, a través de sus poemas. No hablo de la Senda que todos los años recorren cientos de incondicionales hernandianos. Quiero ir un poco más allá. Permítanme ser un tanto "prágmática" en esta cuestión y dejen que piense en el aprovechamiento económico y turístico que una baza así puede representar para esta localidad.
Otras ciudades (Villanueva de los Infantes, en Ciudad Real, por ejemplo) han fortalecido su prestigio haciendo uso de activos históricos y artísticos como ese. Esta localidad manchega ha visto acrecentado su desarrollo demostrando que seguramente es "el lugar de La Mancha" en que Cervantes se refirió en su "Quijote", además, nos recuerda que allí murió y está enterrado Francisco de Quevedo. Alrededor de estos datos, y de otros relacionados con ellos, hay interés turístico por la villa y florecen establecimientos relacionados con el sector.
No acontece lo mismo en Orihuela. Definitivamente, no se ha advertido el valor de lo que sí lo tiene, y mucho, como polo de atracción permanete, y no sólo circunstancial y limitado a fechas concretas.
¿Hemos asimilado la lección de amor a la tierra que el propio Miguel Hernández nos da? Creo que no. La lección, inconmesurablemente valiosa, está contenida en la frase que da entrada a la famosa "Elegía" a Sijé, probablemente la más sentida de nuestra Literatura, junto con la de Jorge Manrique: "En Orihuela, su pueblo y el mío..." Esas palabras, simplemente esas, son un emblema que lleva el nombre de la ciudad a todas las Antologías Literarias del mundo, a todos los ámbitos de la vida cultural y universitaria de todo el planeta. Y no lo aprovechamos. No nos enorgullecemos. No lo llevamos en una pancarta. Sinceramente, no me lo explico.
Vamos a proponernos una cosa: ser eco amplificador de esa sentida voz de la poesía, que ha trascendido el ámbito local, el regional y el nacional y que habita ya en el Parnaso de los Genios de todos los tiempos. Gigante de la Sensibilidad, Miguel Hernández es oriolano.
Repitamos sin reticencia el nombre de Orihuela, aunque creamos que sirve de poco. Quizás, si vamos sumando voces, se produzca el milagro trasformador que todos deseamos en Orihuela, nuestro pueblo y el de Miguel.
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