sábado, 25 de agosto de 2007
Océano
Hoy, el mar, furioso, encrespaba sus olas embistiendo la orilla como si un bravo toro fuese. La espuma blanca abarcaba toda la playa, hasta más allá de lo que la vista me permitía ojear. Nadie paseaba. Nadie jugaba o se bañaba en ese mar impetuoso que reclamaba a gritos su poder. Sólo algunos atrevidos, como yo, desde la orilla contemplabamos esa algarabía y nos alegrábamos. Sí. Observar la fuerza de la naturaleza es algo bello, por que permite volver al origen del hombre y a sus miedos más inherentes a su propia naturaleza mortal. Somos un minúsculo grano barrido por las olas del universo que a su antojo nos transporta por un vasto recorrido con un seguro final. Breve e incomprensible tiempo. Y nos miramos el ombligo y seguimos actuando de forma incoherente a cualquier principio lógico. Somos temporales y sabemos que tras nosotros otros humanos ocuparan nuestro lugar y han de vivir en el espacio que antes nosotros ocupabamos ¿ y cómo es ese espacio que van a heredar?
¿Para cuándo nos regiremos por principios éticos, lógicos, con miras a crecer en "humanidad"?
En fin. Hoy el mar escupía todas estas palabras en un lenguaje natural, comprensible sólo con detenerse y mirar. Con otros ojos.
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